Comentario
EI arma de fuego consiste básicamente en un tubo cerrado por un extremo en el que se introduce, primero, una carga propulsora o impelente (pólvora) y después un proyectil. La carga puede verterse suelta a ojo, o empaquetada en un cartucho de papel, o en una vaina metálica. En los dos últimos casos, el proyectil o bala va unido al propulsor, lo que agiliza el proceso; además, la cantidad de pólvora va medida previamente, garantizando un comportamiento más homogéneo y predecible del proyectil. El disparo se produce cuando se aplica fuego o chispa a la carga, que deflagra y produce gases expansivos que sólo pueden escapar por la zona de menor resistencia, en este caso la boca abierta del ánima, para lo que primero deben expulsar a gran velocidad el obstáculo que supone el proyectil. Lógicamente, para aplicar una chispa a a carga propulsora que se aloja en el extremo cerrado del ánima, espacio llamado recámara, es necesario comunicar ésta con el exterior mediante un pequeño orificio llamado oído.
En las más primitivas armas de fuego portátiles, el sistema para prender la pólvora -aplicar un carbón o una mecha al oído- impedía apuntar bien, y era engorroso, ineficaz (sobre todo en tiempo húmedo o en combate) e incluso peligroso. De modo que, desde el principio, se buscaron medios mecánicos de aplicar una chispa a la pólvora de la recámara a través del oído, que simplificaran y agilizaran la operación. Lógicamente un arma, que ha de soportar el maltrato de la campaña, exige mecanismos fiables y sólidos, y a ser posible sencillos. La historia de las armas de fuego portátiles es una lenta evolución hacia este objetivo.
Por otro lado, es evidente que cuanto más largo sea el tubo del cañón o ánima, durante más tiempo impulsarán el proyectil los gases en expansión, y será pues mayor su velocidad inicial al salir por la boca, y en consecuencia mayor el alcance y la tensión del tiro, lo que redunda en mayor precisión. Como la deflagración de la carga produce una reacción o retroceso del arma, el tamaño de la carga de pólvora está limitado, de modo que a menudo la longitud del cañón es un criterio decisivo.
La pistola es un arma portátil individual que sacrifica la mayor parte de la longitud del cañón para poder ser enfundada y sujetada a la cadera o al torso con relativa comodidad, o colocada en las pistoleras de una silla de montar; puede incluso disimularse entre las ropas. A cambio de esta ventaja, imposible en un arma más larga -carabina o fusil-, se sacrifican potencia o capacidad de detención, alcance y precisión salvo a muy corta distancia. No es la pistola un arma especialmente útil en guerra abierta, dadas estas limitaciones. Sólo en combates a muy corta distancia (lucha urbana, cuevas, asalto a trincheras), en labores de vigilancia o centinela en retaguardia, o como arma secundaria en dotaciones de vehículos tiene alguna utilidad. Su historia es tan antigua como la de familia de los fusiles y, hasta el s. XIX, ha compartido con ellos el desarrollo del mecanismo de fuego, aplicado a un cañón muy corto y a una culata que se reduce a empuñadura.
Aunque el principio descrito se aplicó inicialmente (en la primera mitad del s. XIV) a grandes tubos no portátiles o cañones, pronto surgieron las culebrinas de mano, e incluso primitivas pistolas, armatostes con un oído de hasta un cm. de diámetro que se encendía mediante una brasa o mecha sostenida con la mano izquierda, orificio por el que se escapaba buena parte de los gases impelentes, que impedían apuntar al tiempo que disparar, y a menudo exigían un ayudante que sujetara el arma; sin embargo, seguían siendo empleadas en la década de 1520.
Muy pronto, sin embargo, se inventó un mecanismo más eficaz, la llave de mecha o de serpentín. No sabemos exactamente cuándo ni dónde apareció, aunque se documenta ya a principios del s. XV. Se basa en una pieza de hierro ondulada en forma de serpiente, basculante en torno a un eje central sujeto a la caja de madera del arma, y que abraza en su extremo superior una mecha encendida. En la versión más primitiva, el tirador hace bascular la serpiente con la mano, aproximando la mecha al oído. Pronto se mejoró el sistema, y junto al oído se fijó una pequeña cazoleta, sobre la que se colocaba una pequeña cantidad de pólvora fina o cebo. Al accionarse el disparador (a menudo llamado gatillo) retenido por un muelle de lámina doblada, bascula el serpentín y acerca la mecha encendida al cebo, que se inflama y trasmite la llama a la recámara través del oído, produciéndose el disparo. El mecanismo exige una mecha siempre encendida, lo que no era fácil en condiciones de combate, pese a lo cual perduró, perfeccionándose con una pletina a la que se fijaban por el interior de la caja las distintas piezas que componen la llave, quedando protegidas de golpes. Distintos modelos de llave de serpentín han estado en uso hasta el s. XIX, pero en Europa occidental este sistema fue desplazado a lo largo del s. XVI - XVII por nuevos mecanismos que no exigían mecha: la llave de rueda, que funcionaba según un principio similar al de los mecheros modernos, y la de chispa.
Ya en el Codex Atlanticus de Leonardo da Vinci (hacia 1508) aparece el dibujo de una llave de rueda muy elaborada aunque frágil y, hacia 1520, el modelo era común. En 1515 una prostituta fue herida accidentalmente en Augsburgo por un tal Laux Pfister, que disparó torpemente un arcabuz del nuevo tipo... la estupidez no conoce fronteras temporales. La idea básica de esta llave es que el cebo colocado en la cazoleta no se enciende mediante una mecha encendida, sino mediante chispas provocadas por una pieza de pirita de hierro. Mediante una llave separada, se daba cuerda a un disco o rueda cuyo eje iba unido a un muelle mediante una cadena articulada. Al accionarse el disparador, se liberaba el muelle y la rueda giraba a gran velocidad. Contra la rueda rozaba la pieza de pirita, presionada por otro muelle. El rozamiento giratorio de la rueda con la pirita hacía saltar chispas que prendían el cebo y este a su vez, a través del oído, la carga principal. Las ventajas del sistema son evidentes, y entre ellas está su escaso movimiento en el disparo.
Sin embargo, la rueda era un mecanismo delicado, con muchas piezas sometidas a desgaste mecánico, de modo que cuando, en la segunda mitad del s. XVI, apareció la más basta pero sencilla llave de chispa o de pedernal, la de rueda quedó limitada hasta el s. XIX a piezas de lujo y fusiles de caza. La llave de chispa, en sus diferentes variantes, sería la generalmente empleada desde el s. XVII y hasta después de las Guerras Napoleónicas, ya entrado el s. XIX.
Las pistolas siguieron básicamente esta línea evolutiva, al igual que los fusiles. La cantidad de variantes es casi infinita, así como los experimentos con pistolas de varios cañones, varias recámaras, etc., realizados sobre todo a partir del s. XVII. Hay ya datos sobre pequeños cañones de mano portátiles, de un palmo de longitud, en Italia hacia mediados del s. XIV. En la primera mitad del s. XVI aparecen armas cortas de serpentín asignadas a tropas de caballería, incluyendo algunos intentos primitivos de armas de repetición, con varios cañones rotatorios, cada uno con su cazoleta, y un solo serpentín.
La aparición de la llave de rueda fue lo que permitió la fabricación de las primeras pistolas propiamente dichas, utilizadas sobre todo para armar tropas de caballería, como los Reitres o pistoletes alemanes que, hacia 1520, llevaban dos o cuatro con las que cargaban en columna pero, antes de llegar al choque, descargaban sus pistolas sobre la formación enemiga y volvían grupas para recargar y dejar espacio al jinete de detrás que repetía el proceso. Mediante este sistema se podía, en teoría, mantener un fuego continuo sobre las tropas enemigas sin llegar al choque y el sistema fue adoptado por varios ejércitos. Pronto, sin embargo, los generales se dieron cuenta de que la cartacola favorecía una escaramuza indecisa, y llegaron a prohibir el uso de la pistola en el campo de batalla, en favor del acero de la espada, reservando el arma de fuego para las labores de centinela.
Las pistolas de rueda alcanzaron más eficacia como armas de uso civil: su pequeño tamaño y ausencia de mecha permitían llevar armas ocultas entre la ropa; esto llevó a algunos intentos -sin éxito- de prohibir estas armas cortas de rueda. De todos modos, la compleja y cara llave de rueda fue siempre un arma de lujo que no sustituyó a la de mecha, y que sería finalmente desplazada, en fusiles y pistolas, por la más sencilla llave de chispa.